jueves, 31 de enero de 2013
ALGUNOS POEMAS MÍOS
Urbana noria de gasoil y monotonía
en tus ruedas se arrastra mi conciencia
en un porvenir de lágrimas perdida.
Y mientras giras, preso de melancolía,
en una tarde de luz triste bañada,
me muestra el polvo el futuro de mi vida..
Es entonces cuando trato de pensar
qué nefasta argamasa de sufrimiento
me aferra impotente a este triste penar.
Y mientras soy presa de cavilaciones,
estéril la mente de vanas certezas,
el tiempo desgrana horas en los relojes.
--------------------------------------------------------
Sombra compasiva de fiera temida,
cauta, distante, pero a la vez cercana
mi espalda envuelve con su oscura desidia.
Siento, trozo de nada entre mil perdida,
que es cada vez más presente y amenazante
aquella verdad llena de dureza e ira.
Que soy presencia inexistente y pasada,
mecida en arrullo de falso presente,
un leve susurro travestido de alma
-----------------------------------------------------------
De repente, en un de repente si lo hubo,
se extinguieron las estrellas junto al cielo,
se extinguió el mismo aire, se extinguió el mundo.
De repente, en un de repente si lo hubo,
legiones de ángeles, vacíos infinitos,
nada, tal vez poco, o quizás tal vez mucho.
De repente, en un de repente si lo hubo,
un recuerdo, quizá una sombra en la nada,
vano instante sin pasado ni futuro.
jueves, 16 de junio de 2011
Tristeza eterna
Alguien dijo que el tiempo es el espacio que media entre los pensamientos. En aquel momento, no era consciente siquiera de sensación alguna que pudiera equipararse al espacio o al tiempo. Tan sólo sentía que me hallaba allí, percibiendo la frialdad de aquella extraña y grisácea ciudad.
A pesar de que todo era desconocido, una incomprensible sensación de familiaridad, como de reencuentro con una niñez traumática y olvidada emanaba de aquellas calles y edificios que parecían rescatados de la Varsovia de los años cincuenta, donde el hambre, la atonía y la miseria presidían el día a día de sus aburridos habitantes.
A penas había dejado de reflexionar sobre aquel lugar y sobre mi presencia en él, comenzó el cortejo. Los integrantes del desfile lucían en sus cabezas un gorro que parecía de cuero del que pendían dos enormes conos. Si no fuera porque aquellos individuos aparentaban tener más de treinta y cinco años, hubiera creído estar presenciando una fiesta de fin de curso donde unos niños iban disfrazados de diablos y desfilaban al compás de una sorda percusión de tambores y metales sin resonancia.
Acabada aquella especie de charada, un desconocido de voz neutra, carente de cualquier acento que pudiera ubicarla en cualquier provincia o país, me acompañó al que sería mi nuevo hogar. Se trataba de una especie de hostal que no sólo no desentonaba con el resto de la ciudad, sino que su dejadez y abandono se evidenciaban por las cucarachas ya resecas que pendían de varias telarañas.
Cuando subimos la angosta y húmeda escalera, mi acompañante le propinó un ligero golpe a la llave antes de sacarla de la cerradura.
Hasta aquel momento, me había sentido desorientado y aturdido tanto por la razón por la que me encontraba allí como por aquel grotesco desfile del que me sentía su principal protagonista. Pero fue un simple gesto de mi acompañante el que despejó todas mis dudas. Su dedo señaló el interior de la habitación en la que sólo había una cama y un combado estante de madera en la que se confundían la pintura reciente con la antigua y que contenía varios platos y vasos ya traslucidos por el desgaste. Aquel gesto era, en realidad, la bienvenida al lugar donde la tristeza se torna eterna para los que ya no están.
A pesar de que todo era desconocido, una incomprensible sensación de familiaridad, como de reencuentro con una niñez traumática y olvidada emanaba de aquellas calles y edificios que parecían rescatados de la Varsovia de los años cincuenta, donde el hambre, la atonía y la miseria presidían el día a día de sus aburridos habitantes.
A penas había dejado de reflexionar sobre aquel lugar y sobre mi presencia en él, comenzó el cortejo. Los integrantes del desfile lucían en sus cabezas un gorro que parecía de cuero del que pendían dos enormes conos. Si no fuera porque aquellos individuos aparentaban tener más de treinta y cinco años, hubiera creído estar presenciando una fiesta de fin de curso donde unos niños iban disfrazados de diablos y desfilaban al compás de una sorda percusión de tambores y metales sin resonancia.
Acabada aquella especie de charada, un desconocido de voz neutra, carente de cualquier acento que pudiera ubicarla en cualquier provincia o país, me acompañó al que sería mi nuevo hogar. Se trataba de una especie de hostal que no sólo no desentonaba con el resto de la ciudad, sino que su dejadez y abandono se evidenciaban por las cucarachas ya resecas que pendían de varias telarañas.
Cuando subimos la angosta y húmeda escalera, mi acompañante le propinó un ligero golpe a la llave antes de sacarla de la cerradura.
Hasta aquel momento, me había sentido desorientado y aturdido tanto por la razón por la que me encontraba allí como por aquel grotesco desfile del que me sentía su principal protagonista. Pero fue un simple gesto de mi acompañante el que despejó todas mis dudas. Su dedo señaló el interior de la habitación en la que sólo había una cama y un combado estante de madera en la que se confundían la pintura reciente con la antigua y que contenía varios platos y vasos ya traslucidos por el desgaste. Aquel gesto era, en realidad, la bienvenida al lugar donde la tristeza se torna eterna para los que ya no están.
domingo, 3 de abril de 2011
AHORA OS ENTIENDO MENOS
Que mi amigo era un hombre no hubiera dejado de ser una obviedad más si no fuera porque ese hombre tenía su patria y su casa a cientos de miles de años luz de nuestro planeta. Pero el azar, y también los atajos en el espacio y en el tiempo, quisieron que, a pesar de que ya conocía nuestro mundo y a nosotros, los hombres de la Tierra, se decidiera a visitarnos para ampliar sus conocimientos.
“-¿Y bien? Supongo que ahora tendrás un mejor conocimiento de nosotros-“
Una tímida sonrisa y una mirada al suelo me revelaron que lejos de haber ampliado sus conocimientos sus dudas eran aún mayores.
“-Agradezco tu hospitalidad y el interés que has tenido por aclarar mis dudas, pero ahora, precisamente, entiendo menos cosas de vosotros.
Que a diferencia de lo que yo creía, haya hombres que traten de procrear con otros hombres e, igualmente, mujeres con otras mujeres, es una peculiaridad vuestra que puedo llegar a asumir. Lo que no entiendo en absoluto es el concepto que esas personas tienen de vuestras religiones mayoritarias. A diferencia de nuestro planeta en el que todos tenemos unas mismas creencias, vosotros tenéis muchas creencias. Pero principalmente son dos las religiones que más adeptos tienen. Y precisamente las dos señalan lo mismo para esos hombres y mujeres que tratan de procrear con gente de su mismo sexo.
-Sí, eso es cierto: las dos rechazan esas relaciones de hombres con hombres y mujeres con mujeres.
-¿Pero por qué esos hombres y mujeres únicamente odian a la religión que se limita a rechazar sus relaciones y, en cambio, no parece importarles que la otra religión, además de rechazar sus tendencias sexuales, los ahorquen en porterías de fútbol y grúas?
-Yo tampoco lo entiendo.
-En cuanto a las otras mujeres, las que no tienen esa tendencia sexual, hay muchas de ellas que también sienten el mismo odio por esa religión, y lo que me parece más increíble, se jactan de decir que no creen en ella cuando en realidad lo que querrían realmente es poder participar en aquellos puestos y cargos para los que están vetadas. En cuanto a su concepto de la otra religión, tampoco parece importarles que sean apaleadas, quemadas y tiroteadas en nombre de sus preceptos.
-Hay gente muy molesta porque ciertos representantes de esa religión tan odiada están acusados de haber abusado de niños.
-Lo sé. Pero vosotros mismos decís que no debe incriminarse a un grupo de personas por las malas acciones de algunos de esos individuos. Y, en cambio, aquella otra religión con la que estáis siendo tan permisivos, proclama abiertamente que se deban mantener relaciones sexuales con niñas de nueve años.
-Estoy totalmente de acuerdo contigo. Y al igual que te sucede a ti, yo tampoco entiendo nada. “
Nos miramos con afecto pero también con tristeza. Y, tras estrecharnos breve pero cariñosamente la mano, lo vi desaparecer en aquel agujero lleno de luz por el que lo vi llegar.
“-¿Y bien? Supongo que ahora tendrás un mejor conocimiento de nosotros-“
Una tímida sonrisa y una mirada al suelo me revelaron que lejos de haber ampliado sus conocimientos sus dudas eran aún mayores.
“-Agradezco tu hospitalidad y el interés que has tenido por aclarar mis dudas, pero ahora, precisamente, entiendo menos cosas de vosotros.
Que a diferencia de lo que yo creía, haya hombres que traten de procrear con otros hombres e, igualmente, mujeres con otras mujeres, es una peculiaridad vuestra que puedo llegar a asumir. Lo que no entiendo en absoluto es el concepto que esas personas tienen de vuestras religiones mayoritarias. A diferencia de nuestro planeta en el que todos tenemos unas mismas creencias, vosotros tenéis muchas creencias. Pero principalmente son dos las religiones que más adeptos tienen. Y precisamente las dos señalan lo mismo para esos hombres y mujeres que tratan de procrear con gente de su mismo sexo.
-Sí, eso es cierto: las dos rechazan esas relaciones de hombres con hombres y mujeres con mujeres.
-¿Pero por qué esos hombres y mujeres únicamente odian a la religión que se limita a rechazar sus relaciones y, en cambio, no parece importarles que la otra religión, además de rechazar sus tendencias sexuales, los ahorquen en porterías de fútbol y grúas?
-Yo tampoco lo entiendo.
-En cuanto a las otras mujeres, las que no tienen esa tendencia sexual, hay muchas de ellas que también sienten el mismo odio por esa religión, y lo que me parece más increíble, se jactan de decir que no creen en ella cuando en realidad lo que querrían realmente es poder participar en aquellos puestos y cargos para los que están vetadas. En cuanto a su concepto de la otra religión, tampoco parece importarles que sean apaleadas, quemadas y tiroteadas en nombre de sus preceptos.
-Hay gente muy molesta porque ciertos representantes de esa religión tan odiada están acusados de haber abusado de niños.
-Lo sé. Pero vosotros mismos decís que no debe incriminarse a un grupo de personas por las malas acciones de algunos de esos individuos. Y, en cambio, aquella otra religión con la que estáis siendo tan permisivos, proclama abiertamente que se deban mantener relaciones sexuales con niñas de nueve años.
-Estoy totalmente de acuerdo contigo. Y al igual que te sucede a ti, yo tampoco entiendo nada. “
Nos miramos con afecto pero también con tristeza. Y, tras estrecharnos breve pero cariñosamente la mano, lo vi desaparecer en aquel agujero lleno de luz por el que lo vi llegar.
lunes, 14 de febrero de 2011
Chivas, zorras y...
Manolo dejó escapar un estruendoso y maloliente erupto al que la ucraniana de ojos claros, apenas una cría de diecisiete años, respondió con una risilla de conejo asustado.
“-¡Hey, chist, tú, nene, ponnos a mí y a estos señores otra botella de Chivas- espetó Riquelme con aire chulesco y pretenciosamente gracioso al nene, que era un joven de unos treinta y cinco años que aparentaba más de cuarenta.
“-Pues sí, Riquelme, yo no digo, ni mucho menos que el idiota ése que hemos visto esta tarde tenga razón. Si por mí fuera me cargaría de un plumazo a esa panda de “enchufados” a los que tú, yo y todo el mundo les estamos dando de comer. Y que no me vengan con oposiciones ni leches. Ahora, que las cosas han cambiado, y otra cosa es lo del personal ése de confianza y no se qué.
Sin ir más lejos, el hijo de mi primo Asensio se ha afiliado al partido. Y ahora, como un Pepe: su sueldecico, sus pagas… ¿Ves? eso sí que es de ley y no los muertos de hambre estos que por estudiarse cuatro chorradas y hacer no sé qué pruebas ya se creen con derecho a todo. Porque, eso sí, el hijo de mi primo como su padre: de puertas para fuera tan de izquierdas como el “Monsetún”, el chino ése que era comunista, pero más de derechas que tú y que yo. ¡Que hay que ser prácticos y tener amigos hasta en el Infierno!.
-¿Y lo lleva bien? Me refiero al puesto.
-Riquelme, majo, ¿y para qué crees que están los gilipollas estos como el de esta tarde? ¡Que muevan el culo y que trabajen ellos! No querrás ahora que el pobre chaval aprenda informática, contabilidad, mecanografía y a bailar la jota extremeña. Es lo que le dice su padre: “tú no seas tonto y pregunta, pregunta y pregunta, y, siempre que te sea posible, al funcionario, que para eso está”.
La verdad es que es un chaval majísimo. Si es lo que le dije al imbécil aquel de la Universidad, aquel que se empeñó en fastidiar a la pobre criatura por cuatro o cinco asignaturas, que su buen nombre y el de su padre estaban presentes en todas partes, en todas partes. Y fíjate queé pronto cambiaron las cosas: matrícula de honor. Vamos, que en seguida empezó a “ver claro”, por la cuenta que le traía. Je, je, je.
-En fin- dijo Manolo, que no había abierto la boca en toda la noche sino para eructar, beber e intentar lamer a las chicas del club- esto es vida: Chivas, zorritas y tontos que nos trabajen.
“-¡Hey, chist, tú, nene, ponnos a mí y a estos señores otra botella de Chivas- espetó Riquelme con aire chulesco y pretenciosamente gracioso al nene, que era un joven de unos treinta y cinco años que aparentaba más de cuarenta.
“-Pues sí, Riquelme, yo no digo, ni mucho menos que el idiota ése que hemos visto esta tarde tenga razón. Si por mí fuera me cargaría de un plumazo a esa panda de “enchufados” a los que tú, yo y todo el mundo les estamos dando de comer. Y que no me vengan con oposiciones ni leches. Ahora, que las cosas han cambiado, y otra cosa es lo del personal ése de confianza y no se qué.
Sin ir más lejos, el hijo de mi primo Asensio se ha afiliado al partido. Y ahora, como un Pepe: su sueldecico, sus pagas… ¿Ves? eso sí que es de ley y no los muertos de hambre estos que por estudiarse cuatro chorradas y hacer no sé qué pruebas ya se creen con derecho a todo. Porque, eso sí, el hijo de mi primo como su padre: de puertas para fuera tan de izquierdas como el “Monsetún”, el chino ése que era comunista, pero más de derechas que tú y que yo. ¡Que hay que ser prácticos y tener amigos hasta en el Infierno!.
-¿Y lo lleva bien? Me refiero al puesto.
-Riquelme, majo, ¿y para qué crees que están los gilipollas estos como el de esta tarde? ¡Que muevan el culo y que trabajen ellos! No querrás ahora que el pobre chaval aprenda informática, contabilidad, mecanografía y a bailar la jota extremeña. Es lo que le dice su padre: “tú no seas tonto y pregunta, pregunta y pregunta, y, siempre que te sea posible, al funcionario, que para eso está”.
La verdad es que es un chaval majísimo. Si es lo que le dije al imbécil aquel de la Universidad, aquel que se empeñó en fastidiar a la pobre criatura por cuatro o cinco asignaturas, que su buen nombre y el de su padre estaban presentes en todas partes, en todas partes. Y fíjate queé pronto cambiaron las cosas: matrícula de honor. Vamos, que en seguida empezó a “ver claro”, por la cuenta que le traía. Je, je, je.
-En fin- dijo Manolo, que no había abierto la boca en toda la noche sino para eructar, beber e intentar lamer a las chicas del club- esto es vida: Chivas, zorritas y tontos que nos trabajen.
Un viaje
"-¿Se trata de un viaje a través de mimemoria?-"
Lejos de sentirse asustado o inquieto, parecía como si ese encuentro lo hubiese estado esperando desde siempre. Ni siquiera se tomó la molestia de mirar a los ojos a aquel extraño vestido con una descolorida gabardina gris mientras le preguntaba.
"-Esta experiencia es tan real como las que has vivido a lo largo de estos años."
Dejó pasar unos segundos que fueron secundados por el silencio de su interlocutor, y el extraño de la gabardina le indicó con un leve movimiento de su mano quera el momento de empezar el viaje.
Al principio, podían haber pasado por dos amigos que tomaban tranquilamente un paseo por la calle si no hubiera sido porque la calle era una especie de desierto en el que ni siquiera se escuchaba el viento.
"-¿No hay nada?- musitó acongojado al enigmático personaje de gris- Todo esto es una especie de sueño, estoy seguro. Pero yo... ahora, tal vez esté...- su voz se perdió en un desesperado suspiro.
-¿Qué es lo que crees? ¿Qué crees que ha sido de ti?"
Hasta entonces, la actitud del extraño de la gabardina había sido fría, impersonal. Pero al formular su pregunta, esbozó una sonrisa cruel al tiempo que sus ojos se fijaron en la cara desesperada de su acompañante con un gesto similar al de esos desquiciados que protagonizan películas de asesinos en serie.
Para aquel pobre desconcertado que iniciaba el viaje más extraño de su existencia, la respuesta que esperaba obtener de un momento a otro era la misma que en ocasiones había esperado conseguir cuando se asomaba a un precipicio.
Tras una terrible pausa, cobró fuerzas y se decidió a formular su pregunta.
"-¿Estoy muerto?"
Era tanto su horror ante la respuesta que esperaba, que su voz era como un débil suspiro, apenas audible.
La mirada del extraño y su maléfica sonrisa, aún se hizo más cruel y fría.
"-No"
Tanto los me´dicos como los auxiliares que observaban a aquel cuerpo cuyos signos vitales se limitaban a los espaciados pitidos de una máquina, reflexionaron, cada uno a su manera, y según su escepticismo o credulidad, sobre sí mismos y sobre la muerte. Y aunque la Ciencia afirmaba que aquel pobre siucida estaba clínicamente muerto, ninguno de los allí presentes dejó de creer que estaba padeciendo la condena de un agónico sueño.
Lejos de sentirse asustado o inquieto, parecía como si ese encuentro lo hubiese estado esperando desde siempre. Ni siquiera se tomó la molestia de mirar a los ojos a aquel extraño vestido con una descolorida gabardina gris mientras le preguntaba.
"-Esta experiencia es tan real como las que has vivido a lo largo de estos años."
Dejó pasar unos segundos que fueron secundados por el silencio de su interlocutor, y el extraño de la gabardina le indicó con un leve movimiento de su mano quera el momento de empezar el viaje.
Al principio, podían haber pasado por dos amigos que tomaban tranquilamente un paseo por la calle si no hubiera sido porque la calle era una especie de desierto en el que ni siquiera se escuchaba el viento.
"-¿No hay nada?- musitó acongojado al enigmático personaje de gris- Todo esto es una especie de sueño, estoy seguro. Pero yo... ahora, tal vez esté...- su voz se perdió en un desesperado suspiro.
-¿Qué es lo que crees? ¿Qué crees que ha sido de ti?"
Hasta entonces, la actitud del extraño de la gabardina había sido fría, impersonal. Pero al formular su pregunta, esbozó una sonrisa cruel al tiempo que sus ojos se fijaron en la cara desesperada de su acompañante con un gesto similar al de esos desquiciados que protagonizan películas de asesinos en serie.
Para aquel pobre desconcertado que iniciaba el viaje más extraño de su existencia, la respuesta que esperaba obtener de un momento a otro era la misma que en ocasiones había esperado conseguir cuando se asomaba a un precipicio.
Tras una terrible pausa, cobró fuerzas y se decidió a formular su pregunta.
"-¿Estoy muerto?"
Era tanto su horror ante la respuesta que esperaba, que su voz era como un débil suspiro, apenas audible.
La mirada del extraño y su maléfica sonrisa, aún se hizo más cruel y fría.
"-No"
Tanto los me´dicos como los auxiliares que observaban a aquel cuerpo cuyos signos vitales se limitaban a los espaciados pitidos de una máquina, reflexionaron, cada uno a su manera, y según su escepticismo o credulidad, sobre sí mismos y sobre la muerte. Y aunque la Ciencia afirmaba que aquel pobre siucida estaba clínicamente muerto, ninguno de los allí presentes dejó de creer que estaba padeciendo la condena de un agónico sueño.
viernes, 11 de febrero de 2011
Vaya dos
“-¿Has visto a ése?
-¿Quién?
El de la carpeta, el que ha pasado ahora. Pues ése antes tenía una tienda, de ropa, creo. Y desde que hace seis o siete años entró en el Ayuntamiento, no ha parado: que si de portero, que si de administrativo. Vamos, el típico “enchufao”.
-Joder. Si es que yo…”
Julio Iglesias se deshacía de placer en un “me va, me va” en el interior del Mercedes donde el ambiente era casi irrespirable debido a la apestosa combinación de sudor que emanaba de los ridículos disfraces de la comparsa “Moros del califato” y el nausebundo ambientador de pino, el mismo que utilizaban en sus respectivos chalés, mientras la pareja de sesentones barrigudos daba rienda suelta a su inquina contra el empleado público.
-Vamos, que me lo has quitado de la boca y del pensamiento. Que a toda esta gentuza los pondría de patitas en la calle. Y aún me va el cabrón y me dice que trabaja en lo que trabaja porque ha estudiado y ha aprobado las oposiciones. ¡Y el pobre de mi sobrino qué!. Su padre bien que se gastó en la carrera sus buenos cuartos. ¡Diez años que duró! Bueno, eran tres años de carrera, pero la pobre criatura, ya me entiendes, solo en el piso que le pagó durante ese tiempo mi hermano, y con los problemas que tienen los chavales en situaciones así, los agobios de los estudios… Mira, no le partí la boca al hijoputa ése porque Dios no quiso cuando me dijo que lo de mi sobrino no era estudiar, sino hacer el golfo a costa del dinero de su padre. Hombre, no iba a ponerse la criatura a aprenderse la Constitución de memoria como si fuera un mono, que es precisamente lo que ha hecho el inútil ése para sacarse la oposición esa de las narices. ¡Es que le daba una…!
-Venga, Manolo, cálmate, que entre eso y los chivas que te tomas luego te sube la tensión. ¿Te he dicho que al final le he hablado clarito al capullo ése que tenía en la fábrica? Le dije, poniéndome en mi sitio, pues si antes te daba ochocientos ahora te doy seiscientos, y si no te gusta, la puerta está ahí.
-¡Sí, señor! Con dos… Oye, ¿qué te parece si esta noche nos vamos con Riquelme a un sitio que me ha dicho que está muy bien? Está en el kilómetro treinta de la comarcal. Hay allí unas chavalas, creo que son rusas o rumanas o algo así, que, bueno son unas crías.
-¡Hombre! Eso ni se pregunta. Bueno, quedamos a eso de las dos de la madrugada, que a esa hora empieza a animarse la cosa. Oye, mientras me llevas a casa, te cuento lo que me ha dicho mi gestor sobre la Renta. Ya verás cuando te lo cuente: el IVA se te queda en ‘nà’. Je, je, je.
-¿Quién?
El de la carpeta, el que ha pasado ahora. Pues ése antes tenía una tienda, de ropa, creo. Y desde que hace seis o siete años entró en el Ayuntamiento, no ha parado: que si de portero, que si de administrativo. Vamos, el típico “enchufao”.
-Joder. Si es que yo…”
Julio Iglesias se deshacía de placer en un “me va, me va” en el interior del Mercedes donde el ambiente era casi irrespirable debido a la apestosa combinación de sudor que emanaba de los ridículos disfraces de la comparsa “Moros del califato” y el nausebundo ambientador de pino, el mismo que utilizaban en sus respectivos chalés, mientras la pareja de sesentones barrigudos daba rienda suelta a su inquina contra el empleado público.
-Vamos, que me lo has quitado de la boca y del pensamiento. Que a toda esta gentuza los pondría de patitas en la calle. Y aún me va el cabrón y me dice que trabaja en lo que trabaja porque ha estudiado y ha aprobado las oposiciones. ¡Y el pobre de mi sobrino qué!. Su padre bien que se gastó en la carrera sus buenos cuartos. ¡Diez años que duró! Bueno, eran tres años de carrera, pero la pobre criatura, ya me entiendes, solo en el piso que le pagó durante ese tiempo mi hermano, y con los problemas que tienen los chavales en situaciones así, los agobios de los estudios… Mira, no le partí la boca al hijoputa ése porque Dios no quiso cuando me dijo que lo de mi sobrino no era estudiar, sino hacer el golfo a costa del dinero de su padre. Hombre, no iba a ponerse la criatura a aprenderse la Constitución de memoria como si fuera un mono, que es precisamente lo que ha hecho el inútil ése para sacarse la oposición esa de las narices. ¡Es que le daba una…!
-Venga, Manolo, cálmate, que entre eso y los chivas que te tomas luego te sube la tensión. ¿Te he dicho que al final le he hablado clarito al capullo ése que tenía en la fábrica? Le dije, poniéndome en mi sitio, pues si antes te daba ochocientos ahora te doy seiscientos, y si no te gusta, la puerta está ahí.
-¡Sí, señor! Con dos… Oye, ¿qué te parece si esta noche nos vamos con Riquelme a un sitio que me ha dicho que está muy bien? Está en el kilómetro treinta de la comarcal. Hay allí unas chavalas, creo que son rusas o rumanas o algo así, que, bueno son unas crías.
-¡Hombre! Eso ni se pregunta. Bueno, quedamos a eso de las dos de la madrugada, que a esa hora empieza a animarse la cosa. Oye, mientras me llevas a casa, te cuento lo que me ha dicho mi gestor sobre la Renta. Ya verás cuando te lo cuente: el IVA se te queda en ‘nà’. Je, je, je.
viernes, 4 de junio de 2010
Tal vez un cuento
Las lágrimas arrasaron los ojos de Tácito cuando, tras el esfuerzo que le obligó a realizar la ya escasa luz crepuscular, pudo distinguir la silueta de Aurelio entre los cipreses que bordeaban la calzada.
El joven soldado cabalgaba despojado de sus armas porque de todos era sabido que la ciudad estaba vetada a las tropas.
El viejo, a pesar de la rojez de sus ojos, esbozó una sonrisa cuando los esclavos ayudaron a descabalgar al recién llegado y a sus sirvientes. Pero a pesar de que estrechó vehementemente a su protegido como lo hacía cuando éste aún jugaba con nueces, no pudo ver en su semblante la orgullosa satisfación que caracterizaba a los paladines del Trajano.
¿Qué le sucedería a Aurelio? No parecía enojado ni triste. En realidad, no tenía motivos para estarlo si la diosa Fortuna había sido condescendiente con él como jamás lo había sido con ninguno de los mortales. Nadie hubiese creído que aquel equiter, que fue degradado a simple hondero por una oscura manipulación de sus superiores, unos libertos arribistas, llegase a conseguir un asta sin punta de hierro, uno de los mayores reconocimientos a los que podía aspirar un militar. Y, a decir verdad, fue justo que la lograse. Tampoco nadie hubiera sospechado que estando armado con una honda y un puñal se pusiera al frente de treinta hombres y capturase a aquel caudillo dacio. Pero mientras realizaba aquella hazaña, como ahora, parecía ausente, impasible ante la ferocidad de los mandobles dacios que podrían haberlo enviado a lo más oscuro del Averno.
Mientras las lámparas envolvían con su dorado resplandor los murales de la estancia y los sones de las flautas reptaban sugerentes por el aire nocturno, el héroe expuso las razones que atenazaban su cordura y su optimismo.
Fiel a la confianza que debía a su viejo maestro, le inquirió por su opinión sobre Hipnos, el Sueño.
Como ya esperaba, el anciano rió a carcajadas y le contestó que tanto Hipnos, como Ceres o el ceñudo Júpiter servían tan sólo para justificar la conquista del orbe por las legiones del Imperio.
Aurelio negó tiernamente con la cabeza y dijo que no se refería a ningún dios sino al extraño viaje que emprendemos noche tras noche. Una experiencia de la que apenas se recuerdan unos tibios retazos. Él, como todo el mundo, no tenía la capacidad de describir fielmente cada instante de la onírica experiencia. Pero, por una extraña razón, había llegado a suponer una explicación al sueño que lo había transformado en el ser taciturno que era ahora.
Ante la respetuosa mirada de Tácito, modulando su voz con una serenidad inaudita, reveló que la causa de su incertidumbre era que no sabía si quien era él mismo, cuanto le sucedía y el tiempo en el que se hallaba formaba un todo que se comunicara mediante el sueño, con otro todo formado, también, por otro tiempo, otro espacio y otro ser diferente pero que, en realidad, fuese él mismo. El anciano, abrumado, reconoció que aquella teoría era superior a cuantas habían expuesto los sabios de su época, y tratando de no herir la susceptibilidad de su huésped, le pidió que fuese un poco más explícito.
Aurelio, transfigurado ya por una indiscriptible humildad, le expuso su temor de que, al despertar, se hallase en un tiempo lejano donde sin poseer el linaje que lo ennoblecía como en la presente vida, se reconiciese así mismo como otro hombre, tal vez algo parecido a un ganapán.
La trascendencia de aquellas palabras se quebraron como el alegre estallido de unos vasos que se rompen al brindar cuando Tácito contagió su risa a su protegido y los mimos y los acróbatas aceleraron sus ejercicios al compás de las flautas.
Despertar en plena ciudad están molesto como tratar de conciliar el sueño en la misma. Apenas suena el despertador, o tal vez una hora antes, y los conductores de las motocicletas se complacen con el petardeo de sus infames artefactos. Tampoco falta a aquella sinfonía el tortuoso traqueteo de una máquina de aparar que lucha contrarreloj para acabar una faena que quedó colgada de la noche anterior. Aunque, para ser sincero, he de reconocer que el campo tampoco es mejor, porque allí no falta quien haga estallar algún cohete que otro cuando marca gol su equipo favorito o se trata de un duelo en el que los decibelios de las cadenas musicales son el arma escogida.
Lamentablemente, todos estas inconveniencias no son exclusivas del día sino también de la noche cuando las paredes no respetan la intimidad debida a sus propietarios, el vano esfuerzo de rendirse al sueño por seis o siete horas se ve amenizado por los estentóreos ronquidos del vecino. Afortunadamente, por una extraña razón, he concebido una extraña teoría merced a la cual, al dormirme podría despertar en otro lugar y en otro tiempo, tal vez un pasado que me ennoblezca un poco.
El joven soldado cabalgaba despojado de sus armas porque de todos era sabido que la ciudad estaba vetada a las tropas.
El viejo, a pesar de la rojez de sus ojos, esbozó una sonrisa cuando los esclavos ayudaron a descabalgar al recién llegado y a sus sirvientes. Pero a pesar de que estrechó vehementemente a su protegido como lo hacía cuando éste aún jugaba con nueces, no pudo ver en su semblante la orgullosa satisfación que caracterizaba a los paladines del Trajano.
¿Qué le sucedería a Aurelio? No parecía enojado ni triste. En realidad, no tenía motivos para estarlo si la diosa Fortuna había sido condescendiente con él como jamás lo había sido con ninguno de los mortales. Nadie hubiese creído que aquel equiter, que fue degradado a simple hondero por una oscura manipulación de sus superiores, unos libertos arribistas, llegase a conseguir un asta sin punta de hierro, uno de los mayores reconocimientos a los que podía aspirar un militar. Y, a decir verdad, fue justo que la lograse. Tampoco nadie hubiera sospechado que estando armado con una honda y un puñal se pusiera al frente de treinta hombres y capturase a aquel caudillo dacio. Pero mientras realizaba aquella hazaña, como ahora, parecía ausente, impasible ante la ferocidad de los mandobles dacios que podrían haberlo enviado a lo más oscuro del Averno.
Mientras las lámparas envolvían con su dorado resplandor los murales de la estancia y los sones de las flautas reptaban sugerentes por el aire nocturno, el héroe expuso las razones que atenazaban su cordura y su optimismo.
Fiel a la confianza que debía a su viejo maestro, le inquirió por su opinión sobre Hipnos, el Sueño.
Como ya esperaba, el anciano rió a carcajadas y le contestó que tanto Hipnos, como Ceres o el ceñudo Júpiter servían tan sólo para justificar la conquista del orbe por las legiones del Imperio.
Aurelio negó tiernamente con la cabeza y dijo que no se refería a ningún dios sino al extraño viaje que emprendemos noche tras noche. Una experiencia de la que apenas se recuerdan unos tibios retazos. Él, como todo el mundo, no tenía la capacidad de describir fielmente cada instante de la onírica experiencia. Pero, por una extraña razón, había llegado a suponer una explicación al sueño que lo había transformado en el ser taciturno que era ahora.
Ante la respetuosa mirada de Tácito, modulando su voz con una serenidad inaudita, reveló que la causa de su incertidumbre era que no sabía si quien era él mismo, cuanto le sucedía y el tiempo en el que se hallaba formaba un todo que se comunicara mediante el sueño, con otro todo formado, también, por otro tiempo, otro espacio y otro ser diferente pero que, en realidad, fuese él mismo. El anciano, abrumado, reconoció que aquella teoría era superior a cuantas habían expuesto los sabios de su época, y tratando de no herir la susceptibilidad de su huésped, le pidió que fuese un poco más explícito.
Aurelio, transfigurado ya por una indiscriptible humildad, le expuso su temor de que, al despertar, se hallase en un tiempo lejano donde sin poseer el linaje que lo ennoblecía como en la presente vida, se reconiciese así mismo como otro hombre, tal vez algo parecido a un ganapán.
La trascendencia de aquellas palabras se quebraron como el alegre estallido de unos vasos que se rompen al brindar cuando Tácito contagió su risa a su protegido y los mimos y los acróbatas aceleraron sus ejercicios al compás de las flautas.
Despertar en plena ciudad están molesto como tratar de conciliar el sueño en la misma. Apenas suena el despertador, o tal vez una hora antes, y los conductores de las motocicletas se complacen con el petardeo de sus infames artefactos. Tampoco falta a aquella sinfonía el tortuoso traqueteo de una máquina de aparar que lucha contrarreloj para acabar una faena que quedó colgada de la noche anterior. Aunque, para ser sincero, he de reconocer que el campo tampoco es mejor, porque allí no falta quien haga estallar algún cohete que otro cuando marca gol su equipo favorito o se trata de un duelo en el que los decibelios de las cadenas musicales son el arma escogida.
Lamentablemente, todos estas inconveniencias no son exclusivas del día sino también de la noche cuando las paredes no respetan la intimidad debida a sus propietarios, el vano esfuerzo de rendirse al sueño por seis o siete horas se ve amenizado por los estentóreos ronquidos del vecino. Afortunadamente, por una extraña razón, he concebido una extraña teoría merced a la cual, al dormirme podría despertar en otro lugar y en otro tiempo, tal vez un pasado que me ennoblezca un poco.
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